La cara y la cruz de la lluvia
En una provincia como la de Alicante en la que el agua es un bien preciado, pero escaso, los acuíferos se convierten en los mejores aliados, especialmente en tiempos de sequía, tanto para el abastecimiento humano como para el regadío. De los acuíferos y de la inestabilidad de taludes se encarga un grupo de la UA.
María Pomares ¿Qué ocurre cuando se llega a la sobreexplotación de las aguas subterráneas? ¿Cómo se recargan los acuíferos? La respuesta la tiene el grupo de investigación de Geología Aplicada e Hidrogeología, que también estudia la cara más amarga de los efectos de las lluvias: la inestabilidad de taludes y la subsidencia o hundimientos del terreno. Para ello, los investigadores José Delgado y José Miguel Andreu, con el apoyo de los técnicos de laboratorio Lucien Macone y Yolanda López, centran sus estudios fundamentalmente en la provincia, aunque en ocasiones también trabajan fuera en colaboración con grupos de otras universidades españolas.
En el ámbito de la hidrogeología, los esfuerzos del equipo de la UA se centran en la sobreexplotación y en la recarga de los acuíferos, básicamente en la parte sur de la provincia, en pozos situados en Agost, Crevillent o Aspe.
Tanto en el caso de la sobreexplotación como de la recarga, la metodología se basa en realizar mediciones sobre el terreno. "Tenemos una serie de estaciones y tratamos de tomar muestras para ver cómo funciona el acuífero. Para ello, se hacen mediciones del nivel, y se analiza el movimiento del agua y la forma en que se modifica químicamente a medida que se desplaza por el subsuelo", relata el profesor José Miguel Andreu. Posteriormente, los resultados pasan al laboratorio, donde se estudian.
A juicio de José Miguel Andreu, la importancia de este tipo de estudios radica "en la importancia de las aguas subterráneas en lugares como la provincia de Alicante, donde no disponemos de ríos caudalosos y donde tampoco llueve tanto como necesitamos". En este sentido, explica que "hay poblaciones, como, por ejemplo, Agost, donde el servicio de agua potable se cubre con agua de los acuíferos". Ante este panorama, sentencia que, "a la hora de gestionar estos acuíferos, necesitamos saber cuánta agua introduce la naturaleza, ya que una cosa es el agua de lluvia que cae y otra la que se infiltra, y también es fundamental conocer qué calidad tiene el agua cuando los pozos se sobreexplotan". De hecho, un aspecto está ligado con el otro: Si se sabe qué cantidad de agua se infiltra se podrá saber qué cantidad se podrá extraer de una forma sostenible. Y es que el hecho de que los acuíferos bajen sus niveles conlleva una serie de problemas como, por ejemplo, el aumento de la salinidad y, por tanto, la pérdida de calidad tanto para el consumo humano como el regadío, que son los dos usos tradicionales que se le da al agua subterránea en la provincia. "Hay muchos ejemplos de pozos que se han tenido que abandonar por la alta salinidad de su agua. Por eso, lo importante es ver por qué se salinizan y pierden calidad, ya que es un recurso que necesitamos y que, cuanto más lo conozcamos, mejor lo gestionaremos", puntualiza Andreu.
A pesar de todo, el investigador de la Universidad de Alicante reconoce que, en la sobreexplotación, en la que trabajan desde los años noventa, "hemos podido constatar que mientras unos acuíferos han perdido mucho la calidad, otros se han mantenido, ya que es una cuestión que en esta zona está relacionada con los materiales geológicos del Triásico, que hacen que el agua se salinice más pronto". Esos materiales, además, se reconocen por sus tonos rojizos y, en ocasiones, también pardos, y se localizan sobre todo en el corredor del Vinalopó. Un ejemplo paradigmático sería el acuífero de la Horna, en Aspe, donde, cuando se alcanzan determinados niveles, se llega a los 30.000 microsiemens de salinidad, frente a los 40.000 microsiemens del agua del mar. Por su parte, entre los acuíferos que han mantenido la calidad, aunque han experimentado una bajada notable de sus niveles, destaca el del Ventós, en Agost. El de Crevillent estaría a medio camino entre uno y otro, ya que existen sectores donde ese deterioro ha sido significativo mientras en otros apenas se ha modificado la calidad de sus aguas.
Por lo que respecta a la recarga, el profesor comenta que "la mayor parte del agua que entra a los acuíferos procede de la lluvia, pero una parte significativa se evapora, la consumen las plantas o se va por escorrentías, y sólo una pequeña proporción llega hasta los acuíferos. Así, en este caso es importante conocer qué parte llega a los acuíferos". Para ello, se hacen mediciones que distinguen entre acuíferos de circulación rápida, como el de Agost o el de la Horna, que en pocos días experimentan una sensible recuperación; o de circulación lenta, menos frecuentes en la provincia de Alicante y que encuentran su paradigma en el Detrítico de Aspe o en el de la Vega Baja.
Precisamente, los acuíferos de recuperación rápida son los que más abundan en esta zona y se significan por su emplazamiento en zonas montañosas de rocas carbonatadas calizas. El de la Sierra de Crevillent, una vez más, se situaría en el término medio.
Andreu admite que "existen técnicas de recarga artificial, pero para llenar o recargar el acuífero necesitaríamos tener agua y, como no tenemos, es importante estudiar cómo lo hace la naturaleza y optimizar así los recursos". En cualquier caso, avanza que sí se puede recurrir a la recarga inducida, que ya se está experimentando en Agost mediante la construcción de un dique que trata de hacer posible que entre una mayor cantidad de agua de la lluvia en los pozos, aunque todavía no se disponen de conclusiones definitivas. No obstante, asegura que esta técnica ya se ha puesto en práctica en la Sierra de Gádor, en Almería, y los primeros datos revelan que entra un 10% más de agua.
Por lo general, el análisis de un determinado acuífero parte de la propia iniciativa de los investigadores. Para ello, piden autorización a los propietarios de los pozos, que en algunos casos dependen de particulares y en otros de administraciones públicas o comunidades de regantes, para poder estudiarlo. "Al principio, eran un poco reticentes a darnos la autorización, pero ahora se han dado cuenta de que la investigación en absoluto les perjudica e incluso puede ayudarles a gestionar mejor sus recursos", indica José Miguel Andreu.
Hundimientos
Si las lluvias son buenas para la recarga de acuíferos, no lo son tantos de cara la posible inestabilidad de taludes. Por ello, el grupo también estudia la estabilidad de taludes y la subsidencia o hundimiento de un determinado terreno, fenómeno que se registró en Murcia en los años noventa, aunque, en ese caso, por los efectos de la sequía. Para ello, los investigadores han centrado sus investigaciones en Benillup, un municipio situado junto a Cocentaina. José Delgado especifica que "su proximidad al río Serpis hace que se pueda tratar de una zona más inestable. Por eso, hemos hecho un inventario de las inestabilidades que se pueden reconocer en las distintas épocas del año, y también hemos recogido información geotécnica del terreno para elaborar un modelo que nos permita, teniendo en cuenta el relieve y el agua de lluvia, conocer cómo va a evolucionar la zona".
En sus trabajos, los investigadores recurren a un modelo matemático que ofrece "resultados mínimamente fiables", afirma Delgado. Asimismo, en los próximos días van a recibir unas sondas llegadas desde Estados Unidos que se van a instalar en Benillup para facilitar la tarea. La idea es que, a partir de esos datos, se puedan detectar las posibles inestabilidades en los taludes.
En Benillup el equipo ha tomado como punto de partida el año 2004, gracias a que un vecino del municipio dispone de una estación climatológica que permite conocer la evolución de las lluvias caídas desde entonces. A partir de ahí, esos datos se introducen en el ordenador junto a otros parámetros referentes a la topografía o la distribución de materiales y eso permite predecir cómo se comportará el terreno. "La comparación de los datos que predice el programa informático y la situación real que se ha producido permite comprobar que hay muchas similitudes en uno y otro caso, y que los datos tienen cierta fiabilidad. Por eso, de lo que se trata es de ir afinando el modelo y de definir cuáles son las zonas más propensas a sufrir esos problemas", apostilla, aunque advierte que, "de momento, no se ha terminado de calibrar el modelo, por lo que todavía no hay conclusiones definitivas".
En su día a día, a la hora de afrontar las investigaciones relacionadas con el campo de la geología aplicada, también cuentan con la colaboración de especialistas en telecomunicaciones que han dispuesto satélites que pueden detectar el movimiento de la superficie. Posteriormente, los datos son analizados por el grupo, que es el encargado de verificar la información y de estudiar cuáles son los patrones. Por otro lado, también se toman muestras sobre el terreno que se analizan en el laboratorio para ver la resistencia, la naturaleza del material y el contenido en agua, entre otras cuestiones.
"A la hora de elaborar un modelo válido para otras zonas y situaciones es más complicado porque hay un abanico muy amplio de variables, como las propiedades geotécnicas del suelo, el movimiento de la superficie que se da en cada caso, las lluvias o la infiltración del agua en el terreno", determina el investigador. A pesar de ello, la idea es trabajar también el área de Alcoy.
José Delgado detalla que "los problemas de estabilidad de los taludes son fenómenos naturales que suceden con bastante frecuencia y lo importante es tratar de minimizar las pérdidas que causan, ya que, por lo general, después de un episodio de lluvias, aparecen problemas vinculados con la estabilidad del terreno. Por ejemplo, este año hemos tenido un invierno atípico y eso puede conllevar problemas ligados a la estabilidad, como se puede ver en las noticias que están apareciendo en las últimas semanas sobre Andalucía". Así las cosas, el objetivo es tratar de ver cuáles son las zonas más afectadas y determinar el rango de lluvias que pueden llegar a desencadenar el problema. "Eso ayudaría a gestionar la ordenación del territorio. Quizás haya zonas que no se puedan ocupar y que se podrían dedicar a zonas verdes", concluye el profesor de la Universidad de Alicante.
Peu foto: Un detalle de una de las muestras que han tomado los investigadores en Benillup para estudiar la posible inestabilidad de taludes.